El sol parado
en el cenit
con su calor
más innoble,
juega desigual
partido
con un hombre
solo y perdido
que busca
refugio tendido
bajo la sombra
de un roble.
La sed empieza
a vencer
la cordura que
le queda
y el calor que
exaspera
saca afiladas
garras.
La
desesperación desgarra
a aquel que la
lleva puesta.
Una a una se
asesinan
todas las
matas del campo,
los vahos van
aleteando
unas figuras
chinescas
que alucinado
no las pesca
y a su lado
pasan cantando.
El viento
morrudo y torvo
en séquito con
la tierra
va clavando de
cuchillos
afilados que
laceran
todo el cuerpo
del paisano
que en lenta
agonía espera.
Pero al caer
la tarde
el aire se va
domando,
salen las
bestias del campo
a su caza de
rutina,
con torva
mirada mezquina
al hombre van
merodeando,
e infeliz se
va aprestando
a que lo pasen
por encima.
Pero cuando el
hombre a Dios clama
siempre será
escuchado escuchado,
un ángel se le
pone al lado
y lo ayuda a
levantarse.
La fe salva a
los que piden
y nunca van a
chasquearse.
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