Escuchaba bajo el peso de su mano
el sonido de la piel cuando se abría,
sin embargo esa boca que reía
se contuvo en un arrojo sobrehumano.
No podía el dolor ser mas humano,
¡suelta en ayes!¡arranca una agonía!
no conviertas en miseria tu porfía
y no hagas de tu orgullo el soberano.
Luchó solo sin ceder su suficiencia
y no miró a esos ojos que lloraban
humillados y pidiéndole clemencia.
Y mas tarde la entereza masacrada
fue el mas grande castigo recibido
que a ella no haber sido perdonada.
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