Y nadie se atrevió a interrumpirlos...
ni la noche que muy triste no se iba,
ni estrellas que sus luces pestañeaban
ni la brisa que su marcha reprimía.
Y nadie se atrevió a interrumpirlos...
era largo el gemido en madrugada,
una luna conmovida se echaba sobre ellos
oponiéndose a que llegue la alborada.
Una noche en que el tiempo no pasaba,
una noche en que el reloj se detenía,
una noche que se volvió río de lágrimas
y una nívea palidez todo cubría.
Y en doliente despedida, dos amantes,
con el último aliento de sus vidas
se dieron un beso apasionado
y en silencio apuraron la partida.
En el largo transitar camino a casa
iba a tientas, pues los ojos no veían,
un velo de humedades incesantes
e insistentes, a la vista la envolvían.
Y el corazón, consternado por motivo
que no podía aceptar, ni lo entendía,
se iba apagando de dolores
y sentía que el pecho lo oprimía.
Y a un kilómetro del punto del encuentro
el corazón fatigado se afligía,
y era tanto el sufrimiento acumulado
que sangraban por sus poros las heridas.
Y a un kilómetro del punto del encuentro
el desconsuelo precipita su caída,
el corazón se apaga por la pena,
y la boca exhala su última elegía.
La noche, negra en luto, y la luna,
el canto aletargado de la brisa,
aquellos que fueron los testigos
de esa inmensa tristeza sin medidas
circundan el cuerpo, ahora yerto,
del amante mas amante que existía.
La luna puso frío en sus facciones
y un coro de estrellitas lo suspiran.
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