A orillas del río, una tarde,
prendida a tu figura caminaba...
sin importar hacia donde
ni el tiempo nos apuraba.
Soñando sueños de niños
que juegan despreocupados.
Con timidez e inexperiencia
nuestras manos se buscaron
hasta que al fin, dedo a dedo,
se fueron entrelazando;
Y el calor que transmitían
mojó las voces de pájaros,
las mejillas de amapolas
y los ojos se encendieron
como dos luceros claros.
Cuando todo eso ocurrió
tenía yo quince años
y jamás volví a sentir
esa sensación dorada
cuando mis vírgenes labios
rozaron tu boca amada.
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