A mi amado Chaco, una tierra hecha, ayer y hoy, a fuerza del sacrificio de su gente.
Te llevo en el alma.
Chaco, estás hecho todo
a hachazos y a tierra dura,
las flores de tus lapachos
mitigan tanto rigor
y el Rio Negro que te traspasa
bañándole a tu dulzura
un poco de sangre arisca
con que enfriar tu sudor.
Los quebrachos te custodian
entre sus firmes miradas,
son puñaladas al cielo
de hidalguía y vigor
que socorren a los mantos
de algodonales castizos
que regados por el piso
de tu natura se hinchó.
Chaco, quien te prefiera
deberá pedirle al cielo
voluntad férrea que doble
tu linaje montaraz,
porque fácil nunca fuiste,
ni al aborigen ni al blanco,
y les costó mucho esfuerzo
proseguir sin renunciar.
Pero de esa raza hiciste
una provincia ejemplar.
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