domingo, 9 de octubre de 2016

Evocación a Evaristo Carriego



Las figuras llegan mientras te recuerdo
en la penumbra incierta de éste cuarto gris.
Tantas cosas fueron que no están conmigo,
y un farol derrama su luz como un barniz.


Brillantes adoquines, las noches de garúa,
tus lindos ojos claros que son mi evocación,
la silla en la vereda, las noches de verano,
los tilos en la plaza, perfumes y canción.


Cada cosa que se ha ido, despacio y en silencio,
suburbio y barriletes, potrero y cafetín,
y aquella enredadera trepando pudorosa
el largo paredón que llega a tu jardín.


Asido a este libro que llevo entre mis manos,
los versos de Carriego, tan tristes, tan lejanos,
los leo y me imagino aquella Buenos Aires
de tango y conventillos, compadritos y arrabal,
el último organito, la triste costurera,
y aquella linda novia vestida de percal.


Sumada a estas ausencias me turba la impotencia
de que aquel siglo veinte, con tanto devenir,
hicieron que las cosas cambiaran de tal modo
que el verso de Carriego no pudo subsistir.


Perdón, don Evaristo, aquello que ha plasmado
en rimas tan sentidas ha dejado de existir.
El siglo veintiuno le gana a la esperanza
de ver, de sus lecturas, al menos un matiz.

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