Invita al adormecimiento el tibio sol de otoño sobre Pinamar. Caliente y brillante que ciega con su resplandor.
Una belleza de
pueblo turístico, próspero y elegante, construido a orillas del océano
Atlántico. Su aire limpio, con aromas a pinos y eucaliptos, penetra hasta lo
más profundo de los pulmones, renovando de energía al paseante y al residente.
El silencio acoraza
la temporada turística baja del lugar, época en donde muy poca gente lo visita
y Pinamar se vuelve más íntimo al lugareño.
Bajando hacia el mar
por Bunge, la amplia calle principal, camina Adriana.
Son casi las tres pasado
el medio día y no ha almorzado, empieza a sentir languidez. Encuentra un café y
se sienta, en la vereda, bajo ese lindo sol, y casi tiene ganas de estirar su
cuerpo con la misma soltura que lo haría dentro de las cuatro paredes de su
casa.
Mira una escena tan
conocida por ella, algún automóvil que pasa, algún transeúnte, los edificios.
Hasta que ya mira sin ver, hasta que la mente vuela, hasta que el cuerpo se
traslada al lugar en donde sus pensamientos la llevan. Cierra
por un momento sus ojos, en calma, hay tanta paz
Pero Daniel esta nervioso. Vino a Pinamar
esperando encontrarse con un cliente con el que
iba a concretar un negocio importante, y ahora lo llama avisando que se
retrasará. Otro día más que pierde, pero luego reconsidera, hay mucho disfrutar en su obligada estadía en este lugar que tanto le gusta.
Conoce Pinamar desde hace 30 años. Cuando
construyó su casa no tenía vecinos, y las dunas eran murallones enormes que
debía atravesar caminando para llegar a la playa, donde cada verano vio crecer
a sus hijos, donde hizo amistades a fuerza de encuentros reiterados.
Ama cada rincón de
ese lugar, conoce cada calle, cada playa, cada vereda.
Ya pasaron los
tiempos en que le quitaba horas al sueño por trabajar para desarrollar su
empresa. Podía permitirse este descanso inesperado.
Se acomoda en una
silla del café y extiende el diario para leer las noticias, pero en realidad no
tiene ganas. Lo dobla y lo deja sobre la mesa, apaga los celulares y cierra su
computadora para que no le llegue nada del mundo exterior, solamente ese
momento que era nada más que suyo.
Tal vez, si esto lo
hubiese hecho mas seguido, su esposa no se habría marchado, cansada de tanta ausencia y falta de
atención.
La vorágine de su
actividad le dejó poco tiempo para reparar en ello. A él le gusta el vértigo de los negocios,
la adrenalina que implica la lucha de poderes. Tantas veces se vio en
situaciones difíciles, pero asumió el riesgo y salió fortalecido en lo que él
cree que es su mayor logro: ser un piloto de tormentas.
Adriana sale de su ostracismo. A pocos pasos
de su mesa puede ver la atractiva figura de Daniel. Dándose cuenta que no la mira, ella aprovecha
para observarlo, segura de que no es de Pinamar. Tantos años viviendo ahí le
permiten darse cuenta quién es turista y quién no.
Una turbación le
recorre el cuerpo que reacomoda en su silla, inquieta. No puede dejar de mirarlo,
se ha sentido atraída por Daniel.
Es una linda impresión,
hace mucho tiempo que no sentía esa sensación que sacude con fuerza su pereza
emocional. Mira cada detalle de su ropa deportiva, sus ademanes, ah,¡cómo le
gustaría que él le hablara! Y baja la vista hacia la revista que tiene en sus
manos, con vergüenza de que él se de cuenta de su interés.
-Mañana me voy a
pescar. Veo si alguien me acompaña, o voy solo…pero que lindo sería no ir solo,
tal vez con algún amigo. Pero no quiero un amigo, me gustaría tener por
compañía una amiga, una novia, alguien con la cual me sintiera a gusto, alguien
que se interesara íntimamente por mi, como esa chica ¡qué bonita es! ¡qué
lindos ojos tiene! ¿Será de aquí? está vestida con mucha informalidad…
En un momento Daniel
se sonríe de si mismo. Claro que esta acostumbrado a ver chicas bonitas, y
mucho mas que Adriana todavía, pero lo inusitado es que volviera a sentir esa
ternura inocente de una primera vez Más
bien, cuando conocía a una mujer se ponía en pose, como un dios, soberbio y
hasta prepotente, sabiendo que era merecedor de la admiración femenina, o eso
creía.
Él era un ganador,
se sentía una persona muy especial, y ahora se arrobaba en la presencia de una
señora sencilla que no estaba producida y parecía mas
interesada en su lectura que en atraer su atención.
Pero su orgullo
propio es mayor, no hará nada que haga notar su interés por ella. ¡Pero no
puede dejar de mirarla!
-¿Será casada,
estará sola? Que hermoso cutis tiene, que lindo que debe ser acariciar esa piel
tan suave…y esos cabellos…
Sus hormonas,
excitadas por el entusiasmo, se hacen sentir, sus latidos se aceleran y sus
mejillas comienzan a arder. Otra vez se
hace cargo de la situación, respira hondo y se relaja
El alboroto de las
cotorras evade a Adriana de su timidez y le da la excusa perfecta para mirar al
cielo y posar otra vez su mirada sobre Daniel.
-Creo que me está
mirando, ¿pero será a mí? Cómo me gustaría que un hombre así me llevara del
brazo ¿Y si le hablará? ¿Y con qué excusa? No, se daría cuenta, mejor no. Si,
me está mirando, espero que no sea de esos que buscan aventuras fáciles, le voy
a sonreír un poco, a ver si me habla…
-Me está sonriendo.
Le voy a hablar…
Pasaron un
larguísimo rato diciéndose palabras amorosas con los pensamientos,
acariciándose con el corazón, con las sensaciones, con la fuerza de una pasión
inesperada, y luego, cada uno se levantó de su asiento y tomaron su rumbo, sin
haberse atrevido a cruzar una sola palabra.
Adriana fue más
realista, entendió que solo fue una atracción, y que aunque linda en
sensaciones, apenas duró por unas horas; pero a Daniel no le pasó lo mismo.
Al día siguiente
sentía una angustia intensa, él no estaba acostumbrado a perder oportunidades
ni a renunciar.
Buscó a Adriana con
una desesperación casi frenética por todo el pueblo, entrando a los almacenes,
recorriendo las calles, los bares, los edificios públicos, pero no la encontró.
Muy triste regresó a
Buenos Aires con el desconsuelo que sienten los enamorados al perder a su
primer amor. Era tanto el vacío interior que tenía, que ponía en una
desconocida todos sus anhelos.
Volvió a Pinamar
cuantas veces pudo, pero nunca la halló, estaba cegado por un espejismo.
Y el tiempo, que
todo lo suaviza, hizo que de a poco deje de buscarla.
Pero los malos
negocios que hizo y los compromisos asumidos lo obligaban a irse del país, escapando.
Los pocos escrúpulos lo llevaron a relacionarse con personas oscuras que ahora
le exigían un pago que él no podía afrontar. Pone en venta todo lo que tiene y viaja un
par de veces a México con la idea de radicarse allí.
Al fin le avisan que hay un comprador para su
casa de Pinamar. Viaja para allá con el tiempo justo para cerrar trato y
tomarse el avión que lo llevarían lejos de sus problemas, porque esta vez no
pudo resolver su situación. La tormenta lo había superado.
Cansado y de mal
humor llega a la escribanía, entra por la puerta y espera que lo atiendan
enseguida. Pero sentada en un escritorio está Adriana. ¡Al fin la había
encontrado!
Se sienta y trata de
ordenar sus pensamientos. La cabeza le da vueltas, las manos le sudan. Y está
seguro que cuando le hable le temblará la voz.
Adriana lo mira y le
sonríe. Ahora siente que se derrumba.
-Disculpe, ¿se
siente mal?-
Daniel la observa
detenidamente, la imagina el ser más inocente del mundo, la mejor, la más buena, la más feliz. En el
escritorio hay un retrato de niños en un jardín.
No sabe, pero estaba
seguro de que esta sola. Puede retrasar su partida dos o tres días mas, puede
hablarle y confesarle cuanto deseó estar con ella todo este tiempo, pedirle que
lo acompañe. Esta convencido de que Adriana lo va a aceptar. Puede comenzar de
nuevo y terminar sus días como siempre lo había soñado, acompañado por una
buena mujer, que lo atendiese y sea su compañera, y a la que amase más que a
nadie.
Y la miró...y la
miró... y la vio como la imaginaba. Entonces pidió hablar con el escribano
y a la hora ya estaba de regreso en Buenos Aires.
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